miércoles, 29 de octubre de 2008

La moneda cayó por el lado de la soledad

Sud y yo nos conocimos fortuitamente; ocurrió fortuitamente. Nunca nos hemos visto y no conocemos nuestras voces “es porque Dios así lo ha querido” me dijo aquella última vez que charlamos.

De pronto comenzamos mal, o bien, o como cualquiera en este mundo. Yo no lo sé, no quiero saberlo. Quizá nos dijimos versos etéreos o nos confiamos nuestros secretos más íntimos. O, como me gusta pensar, solo soñamos que hablamos y que hablamos.

“Adiós” terminó diciendo, así nomás, sin mayores explicaciones, sin mayor claridad de nada que pudiese entender, “está bien” le respondí, “tampoco quiero escuchar nada de excusas, ni nada, todos los días la gente se va y viene, todos los días alguien nace y alguien muere... esto no puede ser muy diferente...”. Y en ese instante dijo “adiós”.

Cerramos nuestras ventanas y la vida regresó a como siempre ha sido.

Después de todo, Sud se merece lo mejor que la vida la pueda dar.

Adiós.


PD: Sin embargo, aún nos quedan algunas discusiones más para decirnos adiós definitivamente.



2 comentarios:

Valeria Elías dijo...

hola! sólo quiero decirte HOLA!

Soy ficción dijo...

Las cosas no acaban hasta que acaban. Parece muy obvio pero se nos olvida a veces.