domingo, 17 de mayo de 2009

monstruos bellos como sonrisas

Era la cuarta vez que doña Carmen, mi madre, nos abandonada.

En esta ocasión había escogido el día de la madre para hacerlo, específicamente nos había dejado un día antes. Despertamos temprano en la mañana, fuimos a su habitación para saludarla y en su lugar encontramos una nota:

Hijos míos, esposo,

Lo quiero, y lo último que deseo es que sufran por culpa mía.

No se preocupen por mí, estaré bien; solo piensen que se trata de una viaje largo y que pensaré en ustedes a cada momento, porque son lo más importante para mi.

Pero quiero que entiendan que esto es algo que debo hacer, de otra manera me volveré loca.

Los adora.

Mamá

Sus cartas anteriores habían sido similares. Decía que no quería hacerlo y que nos adoraba, pero de todas formas se había ido. Nunca hemos sabido dónde o con quién o dónde estaba o qué hacía.

En ocasiones anteriores, cuando había regresado, mi padre y nosotros la habíamos perdonado luego de varios días de discusiones. Mi padre al menos, la quiere demasiado.

La primera vez que nos dejó yo aun no había nacido. Me contaron que cuando mi madre se embarazó de mi no supo qué hacer, no le dijo a mi padre y huyó de casa. Al cabo de dos semanas regresó, pidió perdón a mi padre, a sus padres y a los padres de mi padre, estos últimos estuvieron molestísimos y no quisieron saber nada de ella, pero a mi padre no le importó y le perdonó. Yo nací y unos meses después se casaron.

Mi madre escribía versos hermosos que yo leí apenas de grande. Tenía un cuaderno rojo donde apuntaba todo lo que pensaba; la mayoría de ellos fueron destruidos por ella misma, tampoco sabemos por qué lo hizo. Solo se conservaron algunos apuntes sueltos que ahora guardo con mucha reserva.

Mi madre, cuando hablaba de ella misma decía había sido poeta, así, en pasado, tampoco daba explicaciones al respecto.

Nosotros, que no entendíamos nada de poesía nos interesaba poco saber sobre aquello, y quizá por eso mi madre se sentía tan sola. Mi padre hacía lo impensable para alegrarla, pero éramos conscientes que cada día mi madre perdía el control de sí misma. La veíamos sentada mirando por la ventana ensimismada y ante el menor ruido gritar exaltada por interrumpirla.

A veces nos provocaba miedo y otras, lástima. Nunca sabíamos que hacer o cómo comportarnos. Generalmente preferíamos evadirla; pero no el día de la madre o en su cumpleaños. Visiblemente hacía un esfuerzo por ser atenta y ejemplar.

Sobre tu piel,

huesos que adorar.

Bajo tu cama,

monstruos bellos como sonrisas

Recuerdo demasiado ese verso.

Mi madre regresó cuatro días antes de Navidad. Sonó el timbre, eran las dos de la madrugada, nuestro perro ladró pero en seguida comenzó aullar. Cuando escuché por segunda vez el timbre me levanté, bajé las escaleras y cuando llegué a la sala, mi padre y mi madre se abrazaban; mi madre sollozaba y mi padre le hablaba bajito, no sé qué le dijo pero cuando dio la vuela me pidió que prepare una taza de leche caliente. Lo hice y regresé a mi casa.

Los días continuaron como siempre habían sido: mi madre mirando por la ventana, ensimismada, nosotros obviando que era capaz de expresar con palabras sus sentimientos, pero ya no escribía más, y mi padre, amándola incondicionalmente.

3 comentarios:

Polux dijo...

eso me recuerda a una carta que escribí acerca de como se supone que mis padres se concieron. Ah... la vida nos colma de frases que apenas queremos recordar que imaginamos y desear siempre que todo eso fuese verdad...
un saludo.

Valeria Elías dijo...

G. sos un monstruo con sonrisa? besos

Soy ficción dijo...

Que amor tan incorruptible, es increible. Una vez lei que era contraproducente que los padres se amasen mucho, porque los hijos debían ser lo primero. Me impacto mucho aquello.