sábado, 10 de octubre de 2009

de mosa

Entonces dejé de pensar en aquellas cosas extrañas sobre el ímpetu de querer inundar mi casa con lágrimas. Cada noche forzaba la locura hasta el borde del abismo y dejaba que las sucias lágrimas aneguen el piso, inundándolo todo.

Pero olvidé como hacerlo; dejé atrás aquellos cuestionamientos sobre saber o no saber si es importante lograrlo, ¿para qué sirve el saber si no hay necesidad de llorar a cualquier hora?

Entonces dejé de pensar en aquellos asuntos sobre ti y sobre mí, abandoné ese pensamiento en una noche de fango (aquella noche, ¿recuerdas?, cuando por culpa de la garúa se nos enlodaron los zapatos)

Aquellas eran historias para olvidar, para no volver a querer, porque lo que yo deseaba era no volver a llorar, dejar de encerrarme en un lugar y tenderme, y dejar que mi cabeza – y también mi corazón, porque es el corazón el único que me ha acompañado a todos lados – deambule entre penumbras azules y sollozos fucsias.

Y una tarde, hubiese dicho que la querría con todo el ser que aún quedaba de mí, pero J. odiaba las caricias, las flores y los chocolates. Y yo los adoraba, hubiese querido un beso de moza cada día, y le habría dado un beso con sabor a chocolate a cada instante.

1 comentario:

fgiucich dijo...

No siempre se puede olvidar. Abrazos.