sábado, 11 de septiembre de 2010

El auto rojo

Debería dormir. Lo sé. Debería olvidar, pero ahí habita su desolado corazón blandiéndose impertérrito.


Esa noche no durmió, sino que deambuló por las habitaciones oscuras, esperando que amaneciera, ¡Dios mío!, cuánto espero poder ver el solo luego de abrir las cortinas. Al fin, los párpados le pesaban y su cuerpo se recomponía de las heridas. La extrañaba demasiado; era lo más absurdo que había sentido jamás.


Ysabel le había enviado una colorida carta donde le recordaba aquella vez cuando terminaron en el Salmo, un simpático y divertido hotel cerca al centro de la ciudad. Habían amanecido desnudos y felices aquella mañana del 5 de abril de 1999. Octavio lo recordaba con mucha claridad, había sido la ocasión en que se habían jurado demasiado amor entonces, con tanto amor, ¿cómo habían llegado al ahora?, ninguno lo sabía, ya que, como suele ocurrir con este tipo de aventuras, ninguno se había propuesto demasiado y "míralos hija, seis años de enamorados... Son tal para cual hija, qué envidia... ", lo eran.

Octavio se aventuraba a ser poético y practicaba frases empalagosas que Ysabel pensaba provenían de los efectos de alguna bebida exótica y, ciertamente, alguna vez le miró con cierto recelo o, más bien, cuidado porque no esperaba el afecto que él le profesaba. Y su pasatiempo favorito fue: comprar dos botellas de vino, subir hasta el departamento de él, y dejar que el alcohol haga el resto.


"Me amas porque soy una loca", había intentado Ysabel en ser tan extrañamente expresiva como lo era Octavio con ella; sin embargo, a él le parecía que Ysabel era de todo, menos loca, lo cual no significa que fuese una mujer ordinaria, no, de ninguna manera. Ysabel era un ser humano bondadoso, una dama cariñosa y dedicada, de las pocas que aún persisten en estos tiempos tan acelerados; aun así, Ysabel resultaba un poco falta de detalles: lo contrario a Octavio, quien, más que detalloso y romántico, era irreverente y espontaneo; en más de una ocasión la sorprendió con largos paseos inauditos, extenuantes e intersantes, con él había conocido lugares que jamás hubiese imaginado que exisitian, y no hablamos aquí de bellos lugares, no, sino de toda clase de lugares, desde las callejuelas del mismo centro de lima a las dos de la madrugada, hasta el horrible parque del amor en barrando, pasando por los cerros de comas, restaurantes caros en san isidro, la playa de ancón o la playa de asia o la parada... En fin. "a veces quisiera ser buena gente", le decía él, "pero solo puedo seguir siendo yo mismo", terminada, desconcertándola demasiado.


"Hay hija... ", comenzaba Rebeca, su mejor amiga, "ese chico no te conviene, es de lo peor, sino, míralo nomás, esa cara que tiene, y además a los sitos que te lleva, ay, no hija, no me parece ah, te estás metiendo en problemas por andar con él...", Ysabel refutaba diciendo que era un buen muchacho, que siempre le había tratado bien, que le quería mucho porque siempre se lo demostraba, con cada uno de esos extravagantes detalles que él cuidadosamente preparaba "hay querida, el amor te ha vuelto cojuda o qué... dime pues, qué significa eso que te dijo la otra vez, eso de ser buena gente.. ah!, ay amiga, el flaco ese, oculta algo raro, no te fíes mucho de él, yo sé lo que te digo, por algo soy tu mejor amiga".


El trece de abril era su aniversario. El mes anterior no lo habían celebrado por diversos motivos, trabajo y otros compromisos que no pudieron eludir. Festejaban su primer encuentro en el Salmo. Cierto es que no había ocurrido nada que cualquier pareja hiciese a la dichosa edad de veintisiete años (ella) y veintisiete y medio (él). El mundo se abría delante de ellos magníficamente. Sin embargo, no se vaya a creer que todo era felicidad para la joven pareja de quienes ahora hablamos sin reparos. No. También había peleas, nada trascendental, les diré, pues de otra forma no habría nada que contar. Octavio le era fiel, más por indiferencia que por falta oportunidad, es decir, como todo buen macho latino (y eso de macho latino es una exageración, ya que los machos latinos no existen) podía haber salido con alguna de sus amigas, si así lo hubiese querido pero, como ya dijimos, Octavio era un tipo tan desinteresando de toda vida común y cotidiana; así, en lugar de salir un bar, a una discoteca o de patota con sus amigotes, prefería divagar, abstraerse y perder el tiempo con su amada Ysabel. Y así fue, ella confiaba en él, no ciegamente, sería insensato creerlo.


Además, los errores suelen ocurrir, lo mismo que los malos entendidos; "quién esa chica" le preguntó ella de sopetón, a lo que él respondió con la peor de las respuestas: "¿cuál chica...?", "no te hagas pues, la chica esa...", aun sorprendido y estúpidamente, Octavio volvió a interrogar: "¿quién...?". Es allí cuando los hombres reaccionamos, cuando es demasiado tarde, cuando nuestra adorada alma gemela es presa de quién sabe qué y te increpa quién sabe qué cosa. Y discutieron, él tratando de hablar, ella arremetiendo "no me mientas ah", "¿seguro?", "ya, ahora dime la verdad...". Luego de todo, las cosas se aclararon, pero al momento no había forma de hacerle entender que la persona de quien hablaban era la jefa de Octavio.


“León”, le decía ella a él; “leona”, le decía él a ella; “leoncito”, apuntaba con cariño, “mi leoncito”, y le acariciaba y se abrazaban, y se besaban, claro está, con pasión desmedida, y frente a mí, lo cual toleraba poco a falta de novia o amiga cariñosa. Diríase que Romeo y Julieta tenían poco que envidiarles.


El interior del auto olía mal. Un tío me había pedido el favor de transportarle mercadería; no era mucha la mercadería pero quitar el olor resultó muy difícil y, pese a los aromatizantes aun persistía, “ta mare George, limpia pe varón”, bromeaba Octavio desde el asiento trasero, a su lado Ysabel se doblaba de la risa, y de vergüenza ajena. “carajo, deja manejar oe”, le respondí, “y encima un carro rojo, carro de brócoli te compras”. Estábamos a solo diez minutos de nuestro destino, el auto avanzaba veloz y firme por la avenida, no había mucho tráfico. Octavio e Ysabel estaban un poco picados por el vino, pero felices, los veía por el retrovisor “ay George, no le hagas caso...” y luego se besan.


Y, como en las películas, no sé de dónde apareció o si realmente algo apareció, fue como si de pronto la velocidad dejará de existir, y el tiempo comenzará a dar brincos, como si no siguiera una trayectoria lineal, sino a los lados, luego hacia adelante, luego hacía atrás, incluso los sonidos dejaron de percibirse. Quedamos incrustados debajo de un camión que transportaba cemento para construcción; varios bomberos nos retiraron de debajo de los fierros retorcidos. Ysabel se llevó la peor parte. Octavio salió ileso y yo, demasiadas cortadas y contusiones.


Hace dos meses fue la última vez que vi a Octavio. La extraña demasiado, debería dormir, lo sé. Ahora comprendo que hay culpas que nunca deben olvidarse.

3 comentarios:

Humberto Dib dijo...

Hola, entré a tu blog por casualidad, me pareció magnífico, no quería salir sin decírtelo.
Aprovecho la oportunidad para invitarte al mío que es de literatura.
Un abrazo desde Argentina.
Humberto.

www.humbertodib.blogspot.com

Aura Millie dijo...

Hola, estuve mirando tu blog y me parecio bastante interesante, es poca la gente que escribe cosas tan llamativas y que rompen esquemas, me gusta y me doy la oportunidad para decirtelo, escribes muy bien, tus publicaciones son geniales, tienes un escritor innato dentro de tu cabeza.
Exito! Mi nombre es Daniela, visita mi blog, no es tan fabuloso como el tuyo, pero tiene algunas cosas que fueron obra de mi inspiracion...

Aura Millie dijo...

Hola! vi tu comentario en mi blog, cada vez que leo tus escritos me maravillo más, tienes una manera de escribir muy particular, al estilo de Benedetti, o Vargas LLosa, me gusta, sigue asi, quizas deberias publicar en alguna editorial, para que todos puedan ver lo que yo veo en estos momentos... saludos!! Daniela o Aura Millie.