sábado, 25 de octubre de 2008

Monstros y Sonrisas (Vol. 06)

Rosa es tan flaca que cuando hacíamos el amor pensaba que desaparecía debajo de mí.

Nos habíamos conocido en el cumpleaños del hermano de mi amigo. Aquella noche solo cruzamos un par de palabras pero intercambiamos emails. Luego la comunicación electrónica fluyó natural y sin preocupación alguna.

Con el tiempo nos hicimos amantes.

Comenzamos a vernos los viernes y los sábados, poco sabía de ella y estimo que poco sabía de mi. Solíamos conversar sobre temas imaginarios o reales. Decíamos, por ejemplo, que nos casaríamos y tendrías tres hijos; en realidad ella quería solo uno y yo dos, así que decidimos sumarlos; queríamos comprar un departamento en La Molina y allí hacernos viejos, llenarnos de nietos y escribir un libro sobre una guerra imaginaria, pero con mucho amor entre los personajes principales. Yo nunca conocí La Molina y poco me preocupé por saber sobre los mejor lugares para comprar departamentos; decíamos, también, que haríamos un viaje a África y un peregrinaje a Jerusalén, la Ciudad Santa.

Rosa llevaba el cabello corto y siempre sujeto con una vincha. Sus dedos largos se me clavaban en la cabeza cuando me acariciaba. Su cuerpo color canela lo movía con gracia y suave; odiaba las faldas y era inconcebible verla acicalándose con su pequeño espejo de bolsillo.

Me hablaba sobre los mundos desconocidos a dónde viajaba. Ella era doctora y sabía mucho sobre medicamentos. En sus noches de guardia y cuando yo debía viajar al interior del país, me cuenta, se inyectaba una de sus medicinas para relajarse. Le tuve respeto pues yo jamás me atrevía a la anestesia – como ella le llamaba; ni siquiera el último día que nos vimos.

Tal vez hubiese preferido algún analgésico, pues nuestras palabras surgieron rabiosas y sin compasión. Tal vez hubiese deseado algún tipo de indicio, tener la certeza sobre nuestras decisiones y nuestra repentina despedida.

Éramos solo un par de amantes locos que intentaban engañar a la soledad. Al inicio nos veíamos solo los viernes y algunos sábados, finalmente, los fines de semana eran nuestros, pero no eran días suficientes y los alargábamos todo lo que podíamos. Vivimos juntos tres largos y bellos meses. Ninguno supo nunca el origen del otro. Y no importó.

Es porque hay personas que aparecen en nuestras vidas solo para desaparecer nuevamente.

1 comentario:

Sol dijo...

'Es porque hay personas que aparecen en nuestras vidas solo para desaparecer nuevamente.'


mmmmm... Me dejas pensando...