lunes, 15 de diciembre de 2008

Despedidas y adioses

Durante algún tiempo, no sabría decir cuánto, quizá ocho o diez meses, disfrutó de la compañía de su amiga de la que me sentía atraído, Victoria. Era una chica una poco más baja que él y de cabello abundante que le gustaba llevar amarrado con cintas de diversos colores para que no le resbale en el rostro.

Durante aquel tiempo se dedicó a mostrarle sus sentimientos con entusiasmo, le hacía pequeños regalos que dejaba sobre su escritorio: una postal, un dulce, le enviaba mensajes de texto con buenos deseos, almorzaban juntos y charlaban amena y distraídamente sobre cualquier cosa.

Si bien es cierto, Victoria nunca le demostró algún fastidio por aquel trato con ella, sino que era todo lo contrario, parecía agradarle y él la veía sentirse contenta y sonreírle, sin embargo no demostraba más que agrado. Nada más.

No, nunca se atrevió a decirle algo más sobre lo que sentía por ella. No encontró la confianza necesaria para ello. Y en un momento pensó que a ella no le gustaba, y aún más las cosas cambiaron cuando comenzó a invitarle a salir y ella le decía que tenía otras ocupaciones, que mejor otro día. Y tampoco le reconoció novio alguno.

Una noche, él levanta el celular y piensa escribirle un mensaje de buenas noches. Fue un mensaje nunca lo envío, algo le detuvo y en su lugar digitó “cuídate mucho. Besos”.

Desde el día siguiente no volvió a escribirle, los almuerzos se hicieron menos frecuentes y, a los pocos días cada uno comenzó con una rutina muy diferente. Aunque es cierto, nunca dejaron de frecuentarse. Todo seguía, aparentemente, como si nada pasase.

Algunas emanas después, él recibe un mensaje en su celular: “por qué ya no me escribes, seguro tienes novia”, y mientras él pensaba en aquella frase, se quedó dormido y no regresó más al tema.

Esta historia se la contó a la chica con la que comenzaba a salir, una chica delgada y de rasgos finos de nombre Eliana. La había conocido en la biblioteca cuando ambos, como en las novelas más cursis de la TV, se acercaban sus manos al estante a retirar el mismo libro.

¿Qué puedo decir de su relación?, ¿fue especial?, no lo sé, duró apenas un mes exacto desde que se hicieron enamorados, se veían a diario, se besaban en todas partes, hacían el amor cada fin de semana hasta que, por fin, Eliana le dijo sin explicación alguna que ya no podía verlo otra vez, que por favor no lo llame nunca.

Es cierto, él maldijo toda su suerte y se embriago de manera descontrolada por mucho tiempo, hasta que un día, imagino que no soportó más y desapareció de todos nosotros sin dejar una pista de donde hallarlo.

5 comentarios:

Soy ficción dijo...

Pero... pero aún quedaba esperanza no? Aún podría volver.

ROTEN dijo...

SOLO FALTO LA SEGURIDAD EN SI MISMO....SOLO FALTO UN CORAZON....SOLO UNAS PALABRAS....ALMA-MELANCOLICA

Sol dijo...

'La cobvardía es asunto de los hombres, no de los amores. Los amores cobardes no llegan a historias, se quedan ahí. Ni el recuerdo los puede salvar. Ni el mejor orador conjugar...'

Justo anda escuchando a Silvio en estos días.

Un abrazo.

Gittana dijo...

Wow!!! que triste... justo cuando me tocó la canción de led zep... y yo leyendo tu relato... más me pegó...

Valeria Elías dijo...

Querido: paso a dejar como siempre mis buenos deseos... cuidate... besos