jueves, 26 de febrero de 2009

Condiciones elementales

... acaso, finalmente, ha comenzado a ocurrir, ¿qué es aquel ruido?, ¿qué es esta incesante voz...?

Durante el recorrido había pensado millones de cosas, las ideas se habían amontonado en su ruinosa cabeza, cientos de ellas, decenas de pequeñas y grandes ideas abarrotando el interior de su cerebro, ocupando todos los nervios, toda la masa cerebral, las neuronas, las venas, las arterías, todas las ideas flotando en el rio sanguíneo, siendo arrastradas por su caudal...

Las neuronas parecen manos, largas y delgadas manos, manos monstruosas, y en medio de cada una de ellas un ojo. Un ojo brillante y desorbitado; quizá una boca culminaría la impresión de ser un monstruo diminuto habitándolo, quizá esa idea le habría dado una razón más para saberse un monstruo.

Y había adquirido la costumbre de hablar solo. Todas las mañanas despertaba y se dirigía a un ser imaginario, le pedía consejos, le daba órdenes, le confiaba secretos, le maltrataba, le amenazaba, le trataba con cariño, le hablaba despacito para que nadie escuche. Y luego reía.

¿Sería una risa normal?, reía con entusiasmo e imaginaba que me encontraba en un bar con una docena de jóvenes igual que él, todos vestidos con motivos y colores diversos, algunos utilizando guantes o sombreros, otros utilizando casacas de cuero y otros con chompas aburridas. Él sólo reía. Reía solo.

Y luego debía cubrirse el rostro porque temía que le viesen, temía que no solo le viesen, sino que especulen sobre su condición. Entonces prefería esconderse, cubrir su rostro con ambas manos o levantando un poco la chalina y cerrando los ojos con fuerza. Y desaparecer.

Aquello era lo primero que pensaba cuando despertaba cada mañana y lo último en su pensamiento cada noche. Quedaba dormido pensando en la manera correcta de hacerlo, el momento adecuado: tiene que ser un día cuando no haya luz, cuando la mayoría esté durmiendo, entonces yo también dormiré, pero no despertaré, entonces me encontrarán dormido, me creerán dormido pero no lo estaré, me tocarán y descubrirán la verdad, habré desaparecido.

Pero no podía hacerlo. Tenía demasiado miedo para siquiera intentarlo, para siquiera comenzar su plan. Se había roto algo dentro de él y pronto no soportaría más.

Esa noche lloró sin escuchar las voces, y por un par de horas, estuvo a salvo de si mismo.


1 comentario:

Gittana dijo...

Las lágrimas enjuagan el alma, hasta dejarte agotado y listo para dormir.