miércoles, 18 de marzo de 2009

LOS HOMBRES DEL ORÁCULO

Mientras nuestro héroe pasea por el Centro de Lima, se detiene y observa las letras, rojas y azules, en un papel blanco-amarillo, junto a pósteres con anuncios folclóricos, amarres de pareja, atraso menstrual y lectura del tarot.

 

Hoy: Gran Lectura Poética

Hora: 10.38 p.m. (Sea puntual)

Lugar: Teatro viejo

Ingreso Libre.

 

Gira la cabeza y mira hacia ambos lados de la avenida; le quedan apenas cinco minutos y apresura un poco el paso. Al llegar, entusiasmado y curioso, empuja la puerta semiabierta y entra al Teatro viejo.

 

Dentro, le detiene una pequeña fila de personas: tres hombres y una mujer que aprietan las manos o agitan los dedos nerviosos; Héroe se acerca y pregunta, le responden que esperan su turno para subir al escenario y leer sus versos. Un hombre gordo, Bigotón, se acerca, lo mira enojado y le pide sus datos personales que Héroe se los proporciona sin problemas “ya, ya...” le dice Bigotón, “pero ahora solo falta que me des tu código...”. Héroe se sorprende, pregunta a qué se refiere con el código, a lo que el gordo, Bigotón, descubre que Héroe no está inscrito y lo bota, con amabilidad, del lugar, pero antes le dice que solo pueden participar en La Gran Lectura Poética los que se hayan registrado previamente y le señala la Oficina de Registro Previo (O.R.P.), que por ese instante permanece vacío. Héroe, algo molesto y con el puño en alto, le promete que regresará y se ganará un lugar con la lectura de su poema. Y, aunque no sabe de qué está hablando, se siente entusiasmado por sus palabras.

 

Así, transcurren varios días en los que Héroe escribe y escribe cada verso que se le ocurre inventar pero ninguno le convence, ninguno le gusta y ninguno da la talla para sorprender a su público (sic). El viernes por la noche, estando muy alcoholizado, por fin lo logra o piensa que lo logra. Al cabo de quince o dieciséis minutos, ahí lo tiene entre sus manos, un papel con pocas palabras apiladas una detrás de otra, una encima de otra, una al lado de otra, que Héroe considera lo mejor que ha inventado en todo el tiempo que lleva escribiendo en fascines, trípticos, plaquetas y demás, que, haciendo forzosos cálculos mentales, deben ser como diecisiete años enteramente dedicados a su arte

 

Durante las primeras horas de la mañana, muy feliz, y todavía con los estragos de la borrachera, se apresura al Teatro viejo, directo a la Oficina de Registro Previo, camina llevando en alto su poema, dejando que el papel aletee al viento; tiene que esperar treinta minutos hasta que por fin regresa la secretaria quien, al verlo, le dice que había salido a tomar un desayuno en una de las carretillas de una avenida cercana y que todos tienen derecho a desayunar como Dios manda, “así que espérese un rato más porque voy a lavarme las manos”. Es una mujer que a Héroe se le antoja altísima, encorvada y narizona, con algunos vellos creciéndole sobre los labios, embarrados de un color extremadamente rojo y molesto; la imagina bebiendo sangre en un vaso alto mientras conversa con sus amigas, igual de estrafalarias que ella, sobre como destripar gatos, hervir niños y preparar pociones para encontrar el amor verdadero. La mujer le pregunta su nombre y otros datos que Héroe se apresura a responder. Le pregunta el número de palabras del poema, las horas dedicadas a escribirlo, si fue de día o de noche cuando lo escribió, cuántos silencios realizará durante la lectura, si lleva dedicatoria, si lo ha mostrado a alguien además de sus padres o su novia, etc., etc.; finalmente pregunta el título del poema, Héroe responde que no le ha puesto uno y que a pesar de haberle dedicado mucha horas de trabajo, apenas lo escribió la noche anterior en un estado de demasiada excitación (o alcohol), y que lo último que se le ocurriría sería mancharlo con un título; la mujer con cara de ave lo mira con los ojos muy abiertos y la cabeza ligeramente tirada hacía atrás, lo escudriña con las pupilas y lo olfatea agitando vigorosamente los orificios nasales, sin mayor contratiempo suelta un “ajá... ”, apoya su cadavérico cuerpo sobre la mesa y escribe en un papel por un breve tiempo, luego arranca un pedazo de este, se lo entrega a Héroe y lo despide con prisa pues la mujer con nariz de ave tiene sueño, “solo llegue puntual, es el martes a las 10: 38 p.m.” mientras lo empuja hacía la salida y le cierra la puerta sin que Héroe pueda decir nada.

 

Héroe camina un rato por el parque Universitario sin atreverse a mirar el papel y preguntándose constantemente qué ocurrirá la noche del martes; apenas es el medio día del sábado y piensa que le queda demasiado tiempo por delante. Guarda el papel en uno sus bolsillos. Decide beber un poco de emoliente donde una señora que le entrega un vaso inmenso y un pan con queso. Casi terminando de beberlo descubre un pedazo de algo que imagina son los restos de una cucaracha aplastada y hervida; la pobrecita debió caer dentro del balde de emoliente mientras la mujer revolvía el contenido como si se tratase de una bruja; siente asco, paga con su última moneda de dos soles por el emoliente y el medio pan que tampoco terminó de comer, da la vuelta y se aleja presuroso. Se acerca a un tacho de basura, mete la cabeza en el y escupe el resto de su desayuno que aún no había tragado.

 

El resto de días le resultan interminables y aburridísimos. Decide visitar a una ex novia con la que termina teniendo sexo varias veces aquel lunes por la tarde. Fuman un poco de marihuana, él la abraza y le dice que la extraña y que todavía la quiere, Marlene le dice que es un cojudo por decir esas cosas y que, por favor, no hable huevadas, qué así está muy bien y que no lo necesita excepto cuando no encuentra con quien tener sexo. Héroe ríe y le cuenta la experiencia que acaba de tener en el Teatro viejo, le pide que vaya a verlo y que le aplauda aunque sea fingiendo, que eso le haría sentir bien. Marlene le promete que hará todo lo posible, le cuenta que el martes es cumpleaños de su mamá y piensa que debería ir a visitarla aunque sus relaciones no andan muy bien, no se hablan desde hace varios años por asuntos que, bien mirados, resultan tontos y hasta vergonzosos, sin embargo, Marlene ya no tiene mucho interés en superarlos; le da un beso y le dice que estará allí.

 

Llega martes en la mañana, Héroe camina memorizando el poema que había escrito hace algunos días y con el que se presentará a la “Gran Lectura Poética”, decide cambiar algunas palabras para darle un poco más de fuerza al poema, piensa demasiado en la palabra que podría escoger pero finalmente no cambia nada, piensa que debe concentrarse en su voz y recuerda que su voz es débil, frágil como un niño púber; espera que haya un micrófono que le ayude a declamar sus versos. Se tranquiliza por varios minutos observando el incansable caminar de unas hormigas en el jardín de una casa que considera muy hermosa y a donde suele ir a pararse a contemplarla “ojalá Marlene vaya”, piensa “dijo que iría...”, se da ánimos. En ese instante se da cuenta que no tiene la más mínima idea de en qué consiste el concurso, si es un concurso de lo que se trata, tampoco sabe qué ganará o si ganará algo; piensa que no debe participar, piensa que lo mejor es hacerse el loco y no asistir, podría dar media vuelta y desaparecer, fingir que nada ha ocurrido. Apenas ha leído un cartel mal escrito con plumón y luego se ha inscrito solo para demostrarle a Bigotón que él también podía entrar; cumplió con todas las formalidades, acudió temprano a la Oficina de Registro Previo con la Mujer Ave, le esperó y le entregó sus versos y ésta le devolvió un código: H200-0206, y ahora está allí, deambulando por el centro de la Ciudad, esperando nervioso la hora indicada sin saber lo que debía esperar con certeza.

 

Desde fuera, el Teatro se ve muy tranquilo, no hay personas entrando o saliendo o haciendo fila como se esperaría debía ocurrir para una función. Se acerca a la puerta, Bigotón la abre en el preciso instante en que Héroe se disponía a empujarla, le dice que entre, que los demás ya llegaron y que le están esperando, qué él es el último y que debe apurarse si no quiere perder esta oportunidad, Héroe le responde que ha llegado con veinte minutos de anticipación pero el gordo le hace notar la hora en un reloj que está clavado en una de las columnas del Teatro: 10:38 p.m., “pero ese reloj está malogrado, no lo ves... ”, el gordo lo mira con enojo y le dice que debe apurarse o lo arrojará a la calle allí mismo. Héroe camina por un lugar estrecho, atestado de libros empolvados y papeles amarillos y sucios.

 

Por fin llega ante una puerta angosta, Héroe la abre, apoya las manos, mete la cabeza y, finalmente, avanza dando pasitos breves y ridículos “apúrate, carajo” le grita el gordo desde atrás y Héroe casi corre movido por el nerviosismo, se detiene detrás de un viejo canoso y pelado; “tengo varios años en esta vaina y hasta ahora nunca lo he logrado...”, le dice pero no termina de explicarle porque el gordo le apresura a subirse al escenario. Héroe lo ve desaparecer detrás de una cortina fucsia.

 

“Y ahora, con ustedes, nuestro mejor amigo, el fabuloso y único Glorioso, quien nos recitará un poderoso poema que lleva por nombre “El montón de piedras”, adelante amigo Glorioso, inténtalo... nuevamente”, Héroe escucha esa voz fuerte pero como si estuviera hablando pausadamente, ya no ve al viejo canoso y calvo que se adelanta con sus pasos cortos ante el público para luego aparecer, brevemente, ante la vista de Héroe. Lo ve transpirar y en su camisa celeste se puede distinguir un pequeño temblor que lo hace estremecerse ligeramente, de pronto a Héroe le provoca beberse una jarra de agua, está tan preocupado que no escucha la lectura del viejo-canoso-calvo. Luego de unos pocos minutos, ya no lo ve bajar y comprende que la salida es por el otro lado del escenario. “De repente la mujer ave los está hirviendo en una caldera al otro lado del escenario”, piensa y luego sacude la cabeza para quitarse esas ideas absurdas.

 

“Ah, y el joven que sigue es... es...”, mi nombre es Héroe, piensa, “habla pe mierda”, le gritan desde atrás y siente un piquete continúo y molesto en el costado, cerca a una de sus costillas, “me llamo Héroe”, balbucea y en ese instante siente desfallecerse por lo que tiene que hacer mucho esfuerzo para mantenerse en pie, el gordo repite su nombre alzando la voz hacia el escenario “... es Héroe, un hombre nuevo, es su primera vez en este lugar y ha escrito un poema de nombre “Los hombres del oráculo”, que comprende parte de un libro inmenso con un montón de bellas palabras adentro, varios cuentos de diferentes colores y tamaños, poemas, cientos, miles, millones de poemas que ha garabateado en los asientos de los carros, en las bancas de los parques, y ahora lo tenemos aquí con nosotros, listo y fresco, ágil y locuaz, ensombrecido y lacónico, amante virtuoso – me han contado – y vicioso filántropo... con ustedes, Héroe”, oye el aplauso miserable del que imagina es el público.

 

Héroe da un paso, asoma la cabeza y siente un aleteo en el rostro, retrocede y observa que el telón fucsia se está descosiendo por un lado, avanza nuevamente, y observa al público que ni siquiera lo mira. Borrachos y prostitutas, proscritos y remedos de personas, hombres y mujeres esqueléticos, con los ojos inmensos, las bocas abiertas y las manos huesudas, algunos están observándole y otros mueven los labios como masticando algo que nunca terminan de tragar. Pasea los ojos por el público buscando a Marlene pero no la encuentra “puta mare, huevón, comienza de una vez” le gritan desde atrás de la cortina fucsia “es tu oportunidad, carajo”. Héroe intenta comenzar haciendo una breve introducción sobre el poema, “¡no mierda, recita de una vez, que chucha haces!”. Aun más nervioso, Héroe piensa en el vaso de emoliente con los restos de la cucaracha hervida que despreció hace unos días y que ahora se le antoja beberse por galones, piensa que cuando salga de allí lo primero que hará es acercarse donde aquella señora, pedirle disculpas y pedir un emoliente, “¡habla, cabrón!, se están incomodando...”

 

Escuchar,

beberte la sangre.

Sudar,

sorbiéndote el cuerpo

Viéndote,

amarte tus restos mortales

Ignorándote.

 

Algunos lo miran con los ojos desorbitados, con la boca semiabierta por donde cae un hilo de saliva, de pronto escucha un ruido que no es otra cosa que el hermoso aplauso que Marlene da desde los asientos despotricados, ella de pie y sonriente. Héroe no la recuerda tan feliz ni tan bella como aquel instante; se ven y se sonríen, “todavía me quiere” piensa animado. “Ya huevón, ya terminó, ven por aquí”, lo llama un hombre delgado y vestido con una camisa de muchos colores que a Héroe le provoca una mezcla de risa y vergüenza ajena. Baja por unas escaleritas. Le señalan otra puerta, la cruza y encuentra un cerro de papeles que, curiosamente, no huelen mal; “son solo papeles amontonados”, oye que le dicen. El hombre viejo-canoso-calvo está de espaldas mirando los dibujos pegados en las paredes, una mujer envuelta en una sábana negra se le acerca y le besa las manos “lo has logrado” le dice con amor, “todos lo hemos logrado” concluye en el acto el viejo-canoso-calvo que se da la vuelta y le mira con aire intelectual; le dice que de ahora en adelante el mundo conocerá la grandeza de las palabras, que, aunque no se percate, al atravesar esa puerta –se la señala – el mismo mundo ha dejado de girar para escucharlos, que se ha abierto un nuevo paso en la historia de la humanidad, “somos los escogidos”, le dice, “ahora somos escritores”.

6 comentarios:

Valeria Elías dijo...

siempre george, estoy siguiendo tus pasos, aunque me tapes con imagenes tus huellas... besos

Anónimo dijo...

Muy aburrido.....espero que la lucides , vuelva a tus escritos.

George dijo...

claro que es aburrido, sino, hubiese ganado el concurso al que lo presenté.

Unknown dijo...

Me encantó.
Unas palabras me quedaron dando vueltas en la mente, como resumen y mensaje: ATREVERSE o no atreverse ... esa es la cuestión.

Allek dijo...

que tal..
pasaba a saludarte..
un fuerte abrazo..

fgiucich dijo...

Un delirio imperdible. Me gustó. Abrazos.