viernes, 17 de abril de 2009

Maria

Para no aburrirme, seguí un breve curso de guitarra.

Tendría 19 años cuando conocí a María. Ella era delgada y con un increíble complejo por su delgadez, lo cual era raro pues, hasta dónde llega mi capacidad de compresión, las mujeres siempre quieren ser delgadas. Pero María no era flaca, era simpática y agraciada, de risa fácil, los ojos marrones y habladora.

Mantuvimos una amistad muy curiosa; tocábamos la guitarra muy mal y nunca terminamos el curso y tampoco nos presentamos al examen final que consistía en un recital "Si la reina de España muriera...". El día que se fue me dictó su número y me dijo "cualquier cosa que quieras, solo llama". Yo le creí.

La llamaba cada cierto tiempo, algunas ocasiones la visitaba en su casa y su mamá nos servía gaseosa con galletitas; otras ocasiones María me visitaba para que le de clases, ya sea de economía o de matemáticas. Nunca fuimos al cine o a comer, por esos años salir de paseo era un lujo que pocos podían darse, vivíamos a la sombra de nuestros padres, bajo sus reglas y del dinero que pudiesen regalarnos; en su lugar la invité a un baile en mi facultad.

Digamos que la rutina continúo por algún tiempo sin que gran cosa en nosotros cambiase, aunque sabíamos que todo había cambiado.

Algunos meses después, una tarde, la llamé y me dijeron que demoraría en llegar, en la noche volví a intentar hablarle y me dijeron que ya estaba durmiendo. A la mañana siguiente marqué su número y respondieron, luego de una larga pausa, que ya se había ido a la Universidad.

No sé bien por qué, pero no la volví a llamar en siete años; ni yo a ella ni ella a mí. En todo ese tiempo no nos volvimos a ver ni por casualidad.

Recuerdo que el aire acondicionado de la oficina estaba malogrado y se sentía un poco de bochorno, pese a que era invierno. "Cualquier cosa que quieras, solo llama". En los últimos siete años, el corazón me lo había aplastado en dos ocasiones, y había atravesado una de mis grandes crisis de las que me reponía a fuerza duchas heladas y constante café al que terminé adicto. Digité el número de su casa; curiosamente nunca lo he olvidado, ahora mismo lo recuerdo y lo leo mentalmente.

- ¿Alo?
- ¿Si, quién habla?
- Buenas noches, señor, se encuentra María.
- ... quién le llama...
- ¡Ah!, mi nombre es Jorge, soy un amigo de la Universidad
- Ya...
- ¿Se encontrará?
- No, está de viaje.
- Ah carambas y, ¿cuándo está regresando?
- Mmm – silencio – ya no vive aquí, se ha ido...

Ya no tuve el valor para preguntarle dónde vivía o si había forma de comunicarme con ella, le di las gracias y colgué. Indagué, por otros medio, y logré averiguar que se había casado con un español y que vive allá, en España, en una provincia pequeña a cuatro horas de Barcelona (¿o era de Sevilla?). Necesitaba hablarle, necesitaba hablar con quien sea, solo hablar, contarle, por ejemplo, que esa mañana había desayunado un café con leche y pan con mermelada, sentí la espantosa necesidad de estar sentado en una mesa con María, bebiendo un café.

Casi nos veíamos, ella contándome sobre la nueva tierra que le había acogido, de su nueva vida y yo, preguntándole si había aprendido a tocar la guitarra, porque yo no lo había logrado... ¡Dios!, necesitaba hablarle, escuchar su voz.

Y ahora, en este instante, cuatro años después de aquella última llamada, no puedo decir que la extraño, no, no la extraño, apenas visualizo su cabello negro pero no logro enfocar su cara y, sin embargo, no puedo olvidar el número de su casa, 487-2092. Sin darme cuenta, cada cierto tiempo repetía ese número en mi cabeza y me arrastran los pensamientos "cualquier cosa que quieras, solo llama" yo le creí.


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5 comentarios:

Sol dijo...

Me gustó.
Cuánta gente estará marcando ese fono ahora? 487-2092...

;)

fgiucich dijo...

Un hermoso relato. Abrazos.

Jimmy dijo...

Interesante, en qué momento esas amistades nos marcan tanto? imposible saberlo, lo única certeza en el recuerdo imborrable.

Soy ficción dijo...

Algunas relaciones son así, extrañas, profundas, y lejanas, a veces sólo queda eso, un número de teléfono, pero ya es algo, un hilo del que tirar.

Valeria Elías dijo...

bueno, yo hice piano y flauta traversa... pero no escribi como vos... besos querido...