lunes, 29 de junio de 2009

Paisaje

Mucha agua corre bajo el puente, por eso no siento deseos de escribir. Han transcurrido varias semanas y no he escrito algo medianamente aceptable (aceptable para mí)

Me he refugiado en mi cama; agotado, he faltado al trabajo tres días seguidos sin una excusa creíble, ahora mismo aprovecho el feriado largo y no tengo deseos de levantarme ni desabrigarme.

No tengo excusas para tanto desasosiego, no sé que me sucede. O tal vez si.

Creo que todo comenzó el jueves4 de junio 2009. Le había dicho a Claudia que volvería de la oficina tarde pues tendría una reunión bastante importante, y que no nos veríamos sino hasta dentro de dos días. Aquella reunión significaría puntos a favor para seguir ascendiendo como favorito para un cargo importante en la empresa. Demás está decir que la reunión fue interesante, acertamos con la presentación de nuestra estrategia de desarrollo y salvo pequeñas modificaciones, todo iba viento en popa.

Al final del día, caminé hasta el estacionamiento, no estaban los hombres de la vigilancia pero no me inquieté al respecto; quizá están metidos en una de las oficinas, pensé. Una mujer me llamó, estoy seguro que era mujer, escuché su voz de mujer y allí mismo cambio todo lo que conozco. Volteé y apenas distinguí una figura vestida de rojo. En ese instante un pesado sueño me invadió, intenté resistir pero fue imposible. (Cuento la historia tal como la viví y como la recuerdo).

Desperté con el aroma de las flores (en mi departamento no tengo espacio para un jardín, ¿cómo podía saber que ese aroma era de flores?, ni siquiera visito una parque hace años), estaba boca arriba, con los ojos cubriendo gran espacio, no podía mover los brazos ni las piernas, no había dolor en mi cuerpo pero si una extraña sensación de estar flotando. Mientras más abría los ojos, menos podía entender lo que sucedía, era como haber abierto uno de esos libros de magia y haber entrado en el. Mientras más abría los ojos, menos podía comprender lo que estaba sucediendo.

Pequeños hombrecillos jugaban sobre mí, los veía saltar y correr encima de mi cuerpo, disfrutando de un intenso día de campo junto a otros hombrecillos que vestían multicoloridos, todos ellos con los rostros felices, risueños; allí estaban los hombrecillos, indiferentes a mi presencia, como si yo mismo fuese parte del paisaje. Desesperado, intenté gritar, pero al abrir la boca se produjo un ruido simpático y en seguida los árboles se agitaron y las hojas secas cayeron por el campo y lo único que provoqué fue que los pequeños hombres alzaran los brazos en señal de algarabía, ¿qué está sucediendo a mi alrededor?, ¿qué es este lugar?

Sin embargo, el aroma a flores me desbordaba, se trataba de un aroma agradable y reconfortante, me sentía elevado, si el paraíso existe, ese debe ser; y allí estaba, sobre lo que había sido mi brazo florecían arbustos de diferentes colores y olores esparciendo su aroma mágico hasta mi nariz invadiéndome y llenándome de paz . Cada cierto tiempo, los hombrecillos caminaban hasta el lugar de las flores, cogían una para luego regresar y obsequiarla a una bella dama, tan pequeña como ellos.

Hacía arriba no solo revoloteaban las aves, sino pequeñas hadas resplandecientes quienes se extasiaban jugando entre las ramas de altos árboles, cogían entre sus manitos las gotas que el rocío había desparramado en la mañana y las arrojaban sobre los pequeños hombrecillos que descasaban en la grama, luego reían pese el enojo de éstos, pero, ¡ay!, tercas, volvían a la carga una y otra vez.

Ello provocó que los hombrecillos (de quienes luego descubrí que su raza era el de los Elementales) lanzaran gritos estridentes que las hadas no podían soportar provocando que se cubran las orejillas, entonces cargaban otras gotas de rocío y las arrojaban sobre los hombrecillos que gritaban con mayor fuerza y estridencia. De no haber sido por un inmenso búho que apareció sobrevolando las copas de los árboles y que se posó en lo alto de una rama y habló con voz de Sabio, quizá habrían terminado en una pelea innecesaria.

- Hermanos – dijo – hermanas – no hay necesidad que trataros mal unos a otros. Este mundo es grande – Y me miró.

Fue todo cuanto le escuché hablar.

Al abrir los ojos conducía semidormido por una larga avenida.

Comprendo lo inverosímil de esta historia, yo mismo no lo creo y me siento sobrepasado por tener que exponerla de esta manera; entonces la razón de no sentir deseos de escribir es simple, luego de haber vivido aquella experiencia, díganme ¿qué puedo escribir ahora? Mucha agua corre bajo el puente y quizá sea apenas el comienzo.

3 comentarios:

Bëłi§ dijo...

De muchos paisajes viste su país. ¿Serán los magos quienes tienen que tomar la posición de aprendiz?

Valeria Elías dijo...

bueno G. Para escribir solo hace falta un poco de algo que decir y la intención de decirlo... tanto hay por decir... besos

Sid dijo...

Hay mucha cosas que pasan por nuestras cabezas, y cuando intentas decirlas, es lo difícil, a veces no hay palabras que logren explicar lo que piensas, lo que sientes o lo que sea. Ese es el arte de escribir y no es tan sencillo.

Saludos.